Llegué al invierno,
de una manera no permitida
ni pactada,
llegué al invierno.
Comencé en una primavera
de incógnita del alba,
igual piedra y flor
decoraba la senda,
inocente como un colegial
que, después, de incógnito,
surcaba mares piratas,
con hambre de lobo
e ignorancia del alma.
Era todo amigo,
incluso el sorpresivo chaparrón
y el vórtice del viento,
la cola del zapatero
y los saltos a las cancelas
para explorar los sarmientos.
Mis aprendizajes
no morían en escarmientos.
Y acababa todo en flor
aparecida en la noche cálida,
donde me sorprendía
el surco frío en la piel.
Sombrero y pantalón de pana
al desuso, guitarra en mano,
y cierta cara.
Mi primer poema fue épico,
así, como lo digo, literalmente.
Escribí sobre el Quijote
queriendo, con él, trotar
sobre las barbas de Don Miguel,
nada que ver con el de francés,
por cierto barbilampiño y rosa
como una mariposa sobre la nata
de un canapé.
Y Miguel que fue de ti, de tu mosca,
recordada de por vida,
muchísimos años más tarde
me enteré de tu indeseada huida.
Sigue un verano, algo barroco,
y hago de todo pero poco,
a fe que lo intenté, lo prometo,
no lo juro por no incordiar,
pero nunca veía la manera
de poderla quitar.
No era ella, era yo, como siempre
con vocación estéril
y simulada pasión.
En esto yo protesté, me enfrenté
a lo que nunca me debí enfrentar,
pero que le voy a hacer,
¿lamentarlo? y que remedio tiene ya.
Lo que nunca imaginé
es que aquel torpe que una vez empezó
casi entró con ramos por Jerusalen.
Cierto es de verdad,
no podía imaginar que donde no debía
comencé a conspirar.
Me hice nuevo, una forma de reinventarse
hasta reventarse entre la guerra y la paz,
capaz de engañar, mentir,
por conseguir
historias sin refrán.
Que me gustaba Bethoven, entonces,
ni de coña oye. Era como un vacile,
una forma de corre y dile
que eras un tipo genial,
buena gente, prudente,
y algo loco (única verdad).
Como la cosa fue admitida
en vez de huida
me metí en todo el fangal.
Y de esta forma y no me extraño
fueron pasando los años,
cuyos últimos peldaños
se borraron para nunca jamás.
Y sucede el otoño,
y por primera vez me planteo
el careo con el hipotético final,
era como ir borrando
la tinta y el aroma del azafrán.
Era un otoño casi siempre frío,
era como un río bajo un pálido sol,
las historias que hace ha eran idas
ahora re venían sin educación.
Ya de chiquillo era despistado
y a regular era algo que no evitaba,
más sin medir bien los espacios,
el coste o el riesgo
me dispuse a los sesgo
de mi teórica vida fatal.
Algo que no entendió, vaya por dios,
a fe que lo intenté
y sin solución.
Más cómo va a haber vuelta atrás
cuando crees descubrir
el éxito de enamorar.
Aquello que sentí
no lo había sentido jamás.
¿Te has enamorado alguna vez
de una manera atolondrada?
No distinguía si me hundía o volaba
y queriendo me perdí.
Una pérdida a la manera de apuesta
por todo o nada,
que para ir a media
ya disponía de mi mediocre vida
de inconsciencia.
Lo efímero no destruirá lo eterno
como es aquel recuerdo
de que una vez te viví.
El resto es sobrevivir a esta tempestad
del otoño y sus oquedades,
y entre mentiras y verdades,
fui calculando los caudales
con algún plan para el final.
Y he aquí que llegué al invierno
de una manera no permitida
ni pactada,
sin saber si es mucho o nada
lo que traigo conmigo,
pero sí os digo
que alguna vez lo intenté.
Ahora, que estoy aquí
puede ser fácil describir
una historia sin más.
Mas ya es invierno,
ir retirándose toca ya,
pero antes has de saber
que si una vez te quise,
hoy te volvería a querer.
Repaso perfecto a las estaciones de la vida en tus versos.
ResponderEliminarUn abrazo y felicidades.
Gracias Rafael. Un abrazo
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