Y mira que aprendí de ti a verme nuevo,
milagroso como una hierba en el asfalto,
a saber que la alegría llega al llanto,
y a lo que los días nos dijeron.
Sin permiso te delaté por mi sorpresa,
robándote, carroñero, tus encantos,
y, disolviéndote, me diste tanto y tanto
que te fui dejando en la pereza.
Si estás, como deberías, te diría
que aún no me basta lo que me diste
volcándome parte de tu corazón,
nunca eramos dos, tú lo sabías,
eramos cielo y luna que se resisten
a decirnos a la vez perdón, perdón.
Así es el arrepentimiento que surge y, que tantas veces, rumiamos en el alma.
ResponderEliminarUn abrazo.