Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías
sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber
mis aguas rojas.
Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la
muerte ronda
ni cómo vida y muerte —agua y fuego— hermanadas
van
socavando nuestra roca.
Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la
muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras,
¡ay, palabras
maravillosas!
Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente
que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos
manos como copa.
Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano
menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso
desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin
alzar vallas a su gloria.
Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce
temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar,
«que es
el morir», dicen las coplas.
No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con
tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras
olas.
Bravo por ponerle voz a este hombre poeta que tanto me gusta. Gracias
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