Érase una vez un viejo ermitaño que vivía en el bosque con la sola compañía de un pájaro de los llamados calandrias.
Un día, dos escuderos se llegaron a él y le invitaron a seguirles hasta el castillo, donde su señor estaba gravemente enfermo.
El viejo, seguido por la calandria, fue con los escuderos y pronto se encontró en la habitación del enfermo.
Cuatro doctores, moviendo la cabeza, hablaban entre sí.
El viejo ermitaño, sin pasar de la puerta, observó a la calandria, que había ido a posarse sobre el alto alféizar y miraba desde allí al enfermo.
El moribundo abrió los ojos, vio a la calandria que lo contemplaba, y trató de sonreir.
Pero poco a poco sus mejillas se colorearon, le volvieron las fuerzas y, ante el estupor de los presentes, dijo:
Al poco tiempo, el señor del castillo, ya restablecido completamente, se fue al bosque para dar las gracias al viejo mago.
- No me lo agradezcáis - dijo el ermitaño. - Ha sido el pajarillo quien os ha curado. La calandria, - añadió - es un pájaro muy sensible: si cuando se encuentra ante un enfermo, no lo mira y vuelve la cabeza hacia otro lado, significa que no hay esperanza; si en cambio lo mira, como ha hecho con vos, quiere decir que el enfermo no morirá. Así, con su mirada, la calandria lo ayuda a curarse.
Como la sensible calandria, el amor virtuoso no mira las cosas feas y tristes, sino que convive con las nobles y honestas. Los pájaros tienen por patria una florida selva y la virtud tiene como patria un corazón gentil.
El verdadero amor se revela ante la adversidad; es como una luz que resplandece tanto más cuanto más negra es la noche.
(ILUSTRACIONES DE P. HUMADA)
(ILUSTRACIONES DE P. HUMADA)
Hermosa fabula
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