Ni siquiera me acuerdo que se me van los recuerdos,
los dulces, los perversos, y los intrascendentales,
de las manos me sale sangre de clavo ardiendo,
que lo apaga un invierno escribiendo a los mares.
De repente pensaba que era otra cosa el tiempo,
no un bullir que se desgrana irreversible en sus sales,
sino un batir de la nave derivando en desierto,
sino un volar medio muerto hacia ninguna parte.
Y que es solo fugacidad que una vez te hiciste hecho,
que palpitaba en mi pecho con intenso coraje,
que aquello que era amarre de color intenso,
se va diluyendo como un nombre innombrable.
Ni siquiera puedo saber cuántas veces fuiste recuerdo,
se hiciera amargo, se hiciera bello, ¿es que ya no me vales?
¿es que ya no vales? ¿no vales? no me lo digas en serio,
ya sé que me voy mintiendo sin saber a qué sabe.
Está tan cercano quizás, y sin embargo tan lejos,
que poco a poco entretejo una sombra y me barre,
soy en este mundo cobarde, y ya no hay remedio,
que lo que no fue empeño se perdió con su lastre.
Ni siquiera me acuerdo que se me van los recuerdos,
y ni lucho ni pretendo recuperar el color de una calle,
aquella en que aquella tarde yo te diera aquel beso,
no sé a qué sabía eso, ese recuerdo que tú no sabes.
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