Me di cuenta que vivía en otro mundo,
de gente que yo me imaginaba,
y el realismo de la historia me contradice,
me quemó primero, luego me apaga.
Me di cuenta que vivíamos aislados,
o descontrolados por vidas separadas,
que la inmediatez del hecho era breve,
que el cariño o el amor se alejaban.
Sentía venir un tiempo desolado,
una cantina cerrada en amalgama,
una sábana inconsútil sin la sangre,
y un desconocimiento en la mañana.
La soledad podrá a veces estar bien,
pero en otras te quema y te amarga,
y ya no sabes si decirlo a destiempo,
temiendo que el decirlo sea nada.
Esperaré para un tiempo futuro,
hasta donde se te olvide mi cara,
y transitaré por las calles de al lado,
y me apenaré por verte alejada.
Pero entiendo que la vida a diario,
se vuelve anodina y extraña,
y que o tú vives en otro mundo,
o seré yo quien quizás no se aclara.
Los poemas escritos de noche,
obedientes a una luz que se apaga,
no pueden vivir para siempre,
que la vida exige otras pausas.
Ya no es desinterés, sino tristeza,
saberme camino de nada,
el vuelo del ave se encora,
la brisa antes suave, ora inflama.
Me quedaron aún muchas sonrisas,
y no sé ahora dónde guardarlas,
y quien sabe si se tornan semillas
que brotarán alguna mañana.
Y quisiera saber, si aún no es tarde,
si también tú guardaste las lágrimas,
aquellas venidas desde el emotivo
abrazo que una vez yo te daba.
Y pienso que hace ya varios años
que nos conocimos en una madrugada,
y tú anunciabas con la luz en el pecho,
poemas que el alma atrapaba.
Y yo pensé ¡qué momento!
hay alguien parecido a mi alma,
y me hice contigo prisionero,
y en mi celda mi alma volaba.
Pero sin embargo, y sin entenderlo,
sentenciaste liberarme las alas,
y ¿para qué quiere este pájaro triste
revolotear por las tierras áridas?
Si es tu designio, yo lo respetaré,
pero no pretendas que olvide tu alma,
aquella que cariñosa me diste,
ni esta que cruelmente me mata.
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