Una vez escrito el poema, terminado,
tuyo es, te lo doy,
ya no lo quiero hoy
aunque lo extrañe mañana,
con él me han venido las migrañas,
un frío dolor soy,
parado, sin saber, estoy
pensando si lo escrito estaba hablado.
Cuando uno lanza la directa,
o la indirecta,
para ver si tú lo atrapas,
piensa, tonto, si se escapan
sentimientos que me inquietan,
paralelos en los destinos,
convergentes en desatinos,
este poeta tiene en la libreta
garabatos y desafinos,
palabras tachadas, inquinas,
unos números en una esquina,
que para qué están,
si nunca llamará
a esa locura tan querida.
En el fondo, la poesía,
aún siendo trabajo de un día,
arrastra no sé cuantos sentimientos,
cómo, pues, en un momento,
uno pretende que vivan.
Debe ser,
si no, dígame usted,
un licor que debe madurar,
con humedad o sequedad,
así debería ser.
Y si las palabras se tropiezan,
nada más que acaba
uno empieza,
de nuevo el plan,
o se la monta en un clan,
o entierra la vocación,
o se muere de insolación
de tanto mirar,
mira y mira, anda y mira,
que siempre se suspira
cuando llega el final,
y uno dice ¿y esto es todo?
el poema hacia todo
y hacia ella en especial,
es voluntad esencial,
un poema se dirige
a alguien que se elige
por voluntad,
o a alguien que no se elige
pero te ha ido a tocar.
Porque es cierta la canción,
es caprichoso el azar,
que a veces ni yo te busqué
ni tú me viniste a buscar,
que paseando por la rambla,
me miraste pues te miré,
y desde aquel antes de ayer
yo poemas te escribí,
y es que salen de mí,
yo no lo puedo evitar,
se quedan como la sal,
evaporando el bravo mar,
el poema es para ti,
digas no o digas sí,
si lo quieres recoger
tuyo será,
y si no lo quieres ni ver,
ni se te ocurra devolvérmelo
porque me matarás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario