la soledad del
camino, que a la nube subía,
recuerdo del
tiempo pasado tristemente,
cual trozos
separados del torpe presente,
se sentaba
cansado, mirando adelante,
correr con prisas,
pues le avisa agobiante,
una mano
extendida, de algo alejado,
miraba hacia
arriba, sonreía abajo,
aquel camino
largo, donde habitaba el halcón,
el águila
imperiosa, el orgulloso azor,
entre el aroma
espeso, del grano seco,
bajo aquel sol,
que reinaba en el cerro,
el buitre en alto,
en su trágico vuelo,
majestuosa muerte,
bajo el azul del cielo,
por la vertiente
sube, hacia el nocturno,
iba tan lejos,
aquel hombre taciturno,
entre los
granates, de estas tristes laderas,
con sus huellas.
Recordaban las viejas peleas,
montes austeros,
los que tienen recuerdos
por la muertes
anónimas, de los traicioneros,
venían por las
dehesas, y del bajo delta,
por hierbas altas,
y de aguas inquietas,
criándose arriba,
por aquella colina,
el matojo seco,
sobre la tierra albina,
fue ayer, en las
tierras sureñas de Sevilla,
en las arroceras
arenas de las gitanillas,
cuando abril y
octubre, creen confundirse,
el río betis, casi
el mar de Ulises,
donde la pesca
abunda, el grano es tierno,
el fruto es rojo,
del huerto espléndido,
el segundo una
hora, de la edad infantil,
pues en el patio,
de niño, con su cara feliz.
Para entonces,
doradas estrellas de noche,
que tiritaban,
fulgurantes, con el derroche,
sobre perfiles
callados, de los artesanos,
de los marineros,
de los obreros del campo.
¡Se secó la
tierra!, ¿quien la apagó?,
¡se agotó la
huerta!, ¿quien la secó?,
¡se agotaron
aquellas largas ilusiones!,
¡se pararon
aquellos alegres corazones!,
Por eso va por las
extrañas alturas,
buscando la razón
de tanta sepultura,
de la guerra
impía, y del loco siniestro,
que mató al
chaval, y que mató al maestro,
el hermano al
hermano, y el padre al hijo,
sangre en los ojos
de la rabia de un siglo,
esperando un por
qué de todas las sañas,
que creía verlas,
en los nortes de España.
Pasa el Pirineo,
por la campiña gala,
trabaja la viña,
desde la madrugada,
hasta el ocaso,
que por allá es más bajo,
que pasó de lo
generoso a lo rácano,
y recordaba la
novia, sus primeros besos,
su sonrisa
cautiva, y sus ojos negros,
más allá tan
lejano, una gala lo adora,
y con ligera
tristeza, se enroló en la boda,
hijos rubiales,
con los ojos más claros,
que le hizo casi
olvidar, aquellos sevillanos,
pero alguna foto
escondió en su maleta,
entre las hojas de
un libro de algún poeta.
¡ay que será tan
lejos de mi mariana tierra!,
¿y los azahares y
alhelíes de la primavera?,
acá olvidados
entre una extraña canción,
que creía
recordaba alguna revolución,
mi España tan
sola, y sus tierras de Huelva,
las luces
granadinas y las brumas gallegas,
que el vino parece
amargo por estas colinas,
la fruta ácida, y
ácida la hortaliza,
calles grises, y
no como aquellas blancas,
balcones oscuros,
no alegres ventanas,
robledales
profundos, no presumidos naranjos,
fábricas de río,
no tiendas de artesanos.
Pasaban los años,
y los olvidos le ganan,
con la lejanía,
que a su alma enfermara,
supo que el padre,
un día se le ha ido,
abrió un burdeos,
para recordarlo en el vino,
en ocasión
visitaba lugares de la estación,
para ver si veía
algún sureño español,
y le dijera algo
de su tierra alejada,
o le describiera
un aroma, o solo una charla,
pues casi pierde
la lengua de Miguel de Cervantes,
al usar la de
Sartre, casi con malaje,
cuando podía, una
prensa española leía,
creyéndose en un
bar de su amada Andalucía.
Pasaba los años,
trabajaba sin descanso,
y pensaba en los
remansos de los patios de antaño,
la novia casi
olvidada, la esposa casi dormida,
cansada de
mirarlo, mirando a la encina,
triste de
escucharlo, siempre de su tierra,
que le hizo
pensar, que ella lo entierra,
los veinte, los
treinta y los cincuenta y cinco,
pasaron como
pasan, migraciones de picos,
que en el cielo
veía, volar bullangueros,
de la nieve
blanca, al delta del Ebro,
sus gritos se oían
de distinta manera,
según fuera otoño,
o fuera primavera.
Cantos a la nada,
de un pasado remoto,
entre olvidadas
risas, entre olvidados tonos,
las penas le
pueden, en toda su alma,
como el negro al
blanco en la noche larga,
desesperado y
triste sombra ya se veía,
pues cerró su
boca, de noche y de día,
canta a la nada,
que la tiene como el aire,
canta ya sin voz,
susurros hacia nadie,
se oye tan lejos,
bajo la noche estrellada,
aquellas otras que
encajaba a su amada,
y ya sin lágrimas
en sus tristes ojos,
donde desesperan
las caídas hojas de otoño.
Dime ocaso, que a
la tarde avisa,
las fotos amarillas,
las rancias sonrisas,
el poeta le
recuerda su dolor ya tan viejo,
como el viento
frío del desolador invierno,
no sabe qué decir,
no sabe qué pensar,
pero parece casi
siempre, quererse alejar,
que aún pensaba en
la colina hacia la plomiza,
escena celestial,
y sus aves huidizas,
pinares
diamantinos de arenosas dunas,
marcando su perfil
en la callada luna,
el silencio le
arrebata el tímido sueño,
de volver a su
tierra, antes del invierno.
Y volvió a su
tierra que ya le parecía,
que solo de esa
forma alegre acabaría,
dejando allá la
mujer y los muchachos,
para encontrarse
con su tierra de abajo,
ingenuo creía que
el reloj se paraba,
en aquel amanecer
de aquella mañana,
donde dejó la
novia y el padre sudoroso,
de tomar las
presas de entre los matojos,
más largo la
vuelta le pareció entonces,
con luces extrañas
de la extraña noche,
y callado miraba
alcanzar ya la España,
donde la dejó a
los quince de madrugada.
El orgulloso
andaluz, que eso no lo pierde,
no veía su tierra
de hojas verdes,
cual si las arenas
que en otras pisaba,
se hubieran
cementado para las frías casas,
no era la España
donde allá los recuerdos,
le pintaban los
brazos de los olivos secos,
la gente que le
andaba en la variada faena,
la recolecta del
vino, o la marinera,
la de la Piqué que
parecía olvidada,
por la de un Joan
Manuel y su triste balada,
o el patio andaluz
que dejó tan callado,
por las frías
terrazas de cristal azulado.
Subió de nuevo a
la angosta colina,
y se sentó al lado
de la vieja encina,
para observar
extrañado, el pueblo abajo,
que no era el
mismo, pues sintió un engaño,
aunque cierto que
la iglesia seguía con su torre,
las campanas
tañían como de otro molde,
y cual si réplica
de las calles hicieran,
el negro asfalto
en la vieja enladrillera,
el arco de entrada
al pueblo aún seguía,
pero se afanaba en
decir que algo escondía,
el bar de la
esquina, era un banco pequeño,
y los bancos del
parque, desaparecieron.
En la calle real
no había ya naranjos,
y en la de la
cruz, no había ya geranios,
palomas inquietas
de un fin de milenio,
iban a la torre
desde el cementerio,
la tasca de
antaño, el casino de entonces,
ya no era de la
madera con sus viejos bronces,
en la calle de al
lado, la plaza de abasto,
era de escayola,
no viejo alabastro,
el cuartel gris
que rehuía el gitanillo,
era casa del
pueblo de un verde ladrillo,
la calle cuesteada
que antes era lisa,
se escalonaba en
la zona de arriba.
Llegó a la casa de
ventanas pequeñas,
ahora más alta
pues ocultaba la peña,
y le salió un
chaval con pastor alemán,
mirando descarado
como una curiosidad,
en sus ojos
castaños, intuyó un pasado,
¿a donde eres? ¿ y
por qué mas mirado?,
y no le dije nada,
pues un momento después,
por la puerta se
asoma, una dama tras él,
buenas tardes,
dije, perdón la insolencia,
más yo me fuí de
acá, cuando la inocencia,
de Chesco y
Manuela, que yo era hijo,
mi hermana Julia,
mi hermano Francisco.
Ah si, que tal, mi
madre me hablaba,
de la familia que
en esta casa habitaba,
espere un momento
que yo ya la llamo,
y así de repente,
apareció aquel encanto,
la noble dama de
ojos tan negros,
como todas las
noches de mis desvelos,
era ella, mi
amada, ay, yo lo sabía,
que aquel amor
nunca se olvida;
más su mirada
altiva, y su gesto serio,
parecía que me
llevaba hacia el cementerio,
pensaba que la
vida fuera más simple,
que la detuve
desde aquella mañana triste.
No me conocía y
dejó de mirarme,
no dijo nada, y
volvió a encerrarse,
la vida no vale
nada, si todo pasado,
no supe vivirlo,
ni supe olvidarlo.
Aprendí una
lección, cuando me desperté,
que este sueño
insistente siempre lo tendré,
pero solo es
sueño, y solo sueño nada más,
y por eso, aunque
la ame, la dejaré de amar.
Tomé un camino, y
si me he equivocado,
hacia atrás no
daré, nunca más un paso,
pues aquel camino
donde hubo una amada,
parecía permanecer, pero no
había nada.