jueves, 31 de octubre de 2013

EL EMIGRANTE (parafraseando a A. Machado)

Se oía aquel himno, con aquella melancolía,
la soledad del camino, que a la nube subía,
recuerdo del tiempo pasado tristemente,
cual trozos separados del torpe presente,
se sentaba cansado, mirando adelante,
correr con prisas, pues le avisa agobiante,
una mano extendida, de algo alejado,
miraba hacia arriba, sonreía abajo,
aquel camino largo, donde habitaba el halcón,
el águila imperiosa, el orgulloso azor,
entre el aroma espeso, del grano seco,
bajo aquel sol, que reinaba en el cerro,
 

el buitre en alto, en su trágico vuelo,
majestuosa muerte, bajo el azul del cielo,
por la vertiente sube, hacia el nocturno,
iba tan lejos, aquel hombre taciturno,
entre los granates, de estas tristes laderas,
con sus huellas. Recordaban las viejas peleas,
montes austeros, los que tienen recuerdos
por la muertes anónimas, de los traicioneros,
venían por las dehesas, y del bajo delta,
por hierbas altas, y de aguas inquietas,
criándose arriba, por aquella colina,
el matojo seco, sobre la tierra albina,
 

fue ayer, en las tierras sureñas de Sevilla,
en las arroceras arenas de las gitanillas,
cuando abril y octubre, creen confundirse,
el río betis, casi el mar de Ulises,
donde la pesca abunda, el grano es tierno,
el fruto es rojo, del huerto espléndido,
el segundo una hora, de la edad infantil,
pues en el patio, de niño, con su cara feliz.
Para entonces, doradas estrellas de noche,
que tiritaban, fulgurantes, con el derroche,
sobre perfiles callados, de los artesanos,
de los marineros, de los obreros del campo.
 

¡Se secó la tierra!, ¿quien la apagó?,
¡se agotó la huerta!, ¿quien la secó?,
¡se agotaron aquellas largas ilusiones!,
¡se pararon aquellos alegres corazones!,
Por eso va por las extrañas alturas,
buscando la razón de tanta sepultura,
de la guerra impía, y del loco siniestro,
que mató al chaval, y que mató al maestro,
el hermano al hermano, y el padre al hijo,
sangre en los ojos de la rabia de un siglo,
esperando un por qué de todas las sañas,
que creía verlas, en los nortes de España.
 

Pasa el Pirineo, por la campiña gala,
trabaja la viña, desde la madrugada,
hasta el ocaso, que por allá es más bajo,
que pasó de lo generoso a lo rácano,
y recordaba la novia, sus primeros besos,
su sonrisa cautiva, y sus ojos negros,
más allá tan lejano, una gala lo adora,
y con ligera tristeza, se enroló en la boda,
hijos rubiales, con los ojos más claros,
que le hizo casi olvidar, aquellos sevillanos,
pero alguna foto escondió en su maleta,
entre las hojas de un libro de algún poeta.
 

¡ay que será tan lejos de mi mariana tierra!,
¿y los azahares y alhelíes de la primavera?,
acá olvidados entre una extraña canción,
que creía recordaba alguna revolución,
mi España tan sola, y sus tierras de Huelva,
las luces granadinas y las brumas gallegas,
que el vino parece amargo por estas colinas,
la fruta ácida, y ácida la hortaliza,
calles grises, y no como aquellas blancas,
balcones oscuros, no alegres ventanas,
robledales profundos, no presumidos naranjos,
fábricas de río, no tiendas de artesanos.
 

Pasaban los años, y los olvidos le ganan,
con la lejanía, que a su alma enfermara,
supo que el padre, un día se le ha ido,
abrió un burdeos, para recordarlo en el vino,
en ocasión visitaba lugares de la estación,
para ver si veía algún sureño español,
y le dijera algo de su tierra alejada,
o le describiera un aroma, o solo una charla,
pues casi pierde la lengua de Miguel de Cervantes,
al usar la de Sartre, casi con malaje,
cuando podía, una prensa española leía,
creyéndose en un bar de su amada Andalucía.
 

Pasaba los años, trabajaba sin descanso,
y pensaba en los remansos de los patios de antaño,
la novia casi olvidada, la esposa casi dormida,
cansada de mirarlo, mirando a la encina,
triste de escucharlo, siempre de su tierra,
que le hizo pensar, que ella lo entierra,
los veinte, los treinta y los cincuenta y cinco,
pasaron como pasan, migraciones de picos,
que en el cielo veía, volar bullangueros,
de la nieve blanca, al delta del Ebro,
sus gritos se oían de distinta manera,
según fuera otoño, o fuera primavera.
 

Cantos a la nada, de un pasado remoto,
entre olvidadas risas, entre olvidados tonos,
las penas le pueden, en toda su alma,
como el negro al blanco en la noche larga,
desesperado y triste sombra ya se veía,
pues cerró su boca, de noche y de día,
canta a la nada, que la tiene como el aire,
canta ya sin voz, susurros hacia nadie,
se oye tan lejos, bajo la noche estrellada,
aquellas otras que encajaba a su amada,
y ya sin lágrimas en sus tristes ojos,
donde desesperan las caídas hojas de otoño.
 

Dime ocaso, que a la tarde avisa,
las fotos amarillas, las rancias sonrisas,
el poeta le recuerda su dolor ya tan viejo,
como el viento frío del desolador invierno,
no sabe qué decir, no sabe qué pensar,
pero parece casi siempre, quererse alejar,
que aún pensaba en la colina hacia la plomiza,
escena celestial, y sus aves huidizas,
pinares diamantinos de arenosas dunas,
marcando su perfil en la callada luna,
el silencio le arrebata el tímido sueño,
de volver a su tierra, antes del invierno.
 

Y volvió a su tierra que ya le parecía,
que solo de esa forma alegre acabaría,
dejando allá la mujer y los muchachos,
para encontrarse con su tierra de abajo,
ingenuo creía que el reloj se paraba,
en aquel amanecer de aquella mañana,
donde dejó la novia y el padre sudoroso,
de tomar las presas de entre los matojos,
más largo la vuelta le pareció entonces,
con luces extrañas de la extraña noche,
y callado miraba alcanzar ya la España,
donde la dejó a los quince de madrugada.
 

El orgulloso andaluz, que eso no lo pierde,
no veía su tierra de hojas verdes,
cual si las arenas que en otras pisaba,
se hubieran cementado para las frías casas,
no era la España donde allá los recuerdos,
le pintaban los brazos de los olivos secos,
la gente que le andaba en la variada faena,
la recolecta del vino, o la marinera,
la de la Piqué que parecía olvidada,
por la de un Joan Manuel y su triste balada,
o el patio andaluz que dejó tan callado,
por las frías terrazas de cristal azulado.
 

Subió de nuevo a la angosta colina,
y se sentó al lado de la vieja encina,
para observar extrañado, el pueblo abajo,
que no era el mismo, pues sintió un engaño,
aunque cierto que la iglesia seguía con su torre,
las campanas tañían como de otro molde,
y cual si réplica de las calles hicieran,
el negro asfalto en la vieja enladrillera,
el arco de entrada al pueblo aún seguía,
pero se afanaba en decir que algo escondía,
el bar de la esquina, era un banco pequeño,
y los bancos del parque, desaparecieron.
 

En la calle real no había ya naranjos,
y en la de la cruz, no había ya geranios,
palomas inquietas de un fin de milenio,
iban a la torre desde el cementerio,
la tasca de antaño, el casino de entonces,
ya no era de la madera con sus viejos bronces,
en la calle de al lado, la plaza de abasto,
era de escayola, no viejo alabastro,
el cuartel gris que rehuía el gitanillo,
era casa del pueblo de un verde ladrillo,
la calle cuesteada que antes era lisa,
se escalonaba en la zona de arriba.
 

Llegó a la casa de ventanas pequeñas,
ahora más alta pues ocultaba la peña,
y le salió un chaval con pastor alemán,
mirando descarado como una curiosidad,
en sus ojos castaños, intuyó un pasado,
¿a donde eres? ¿ y por qué mas mirado?,
y no le dije nada, pues un momento después,
por la puerta se asoma, una dama tras él,
buenas tardes, dije, perdón la insolencia,
más yo me fuí de acá, cuando la inocencia,
de Chesco y Manuela, que yo era hijo,
mi hermana Julia, mi hermano Francisco.
 

Ah si, que tal, mi madre me hablaba,
de la familia que en esta casa habitaba,
espere un momento que yo ya la llamo,
y así de repente, apareció aquel encanto,
la noble dama de ojos tan negros,
como todas las noches de mis desvelos,
era ella, mi amada, ay, yo lo sabía,
que aquel amor nunca se olvida;
más su mirada altiva, y su gesto serio,
parecía que me llevaba hacia el cementerio,
pensaba que la vida fuera más simple,
que la detuve desde aquella mañana triste.
 

No me conocía y dejó de mirarme,
no dijo nada, y volvió a encerrarse,
la vida no vale nada, si todo pasado,
no supe vivirlo, ni supe olvidarlo.
Aprendí una lección, cuando me desperté,
que este sueño insistente siempre lo tendré,
pero solo es sueño, y solo sueño nada más,
y por eso, aunque la ame, la dejaré de amar.
Tomé un camino, y si me he equivocado,
hacia atrás no daré, nunca más un paso,
pues aquel camino donde hubo una amada,
parecía permanecer, pero no había nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario