lunes, 17 de diciembre de 2012

UN CUENTO PARA UN RATO

Verás, te cuento, había una vez un chaval
que vivía en silencio la noche,
que se metía en el diván
con sus muñecos y sus fantoches, 

cuadriculaba una hoja en blanco,
y quería hacer garabatos,
rectángulos, rombos, estancos,
y mil centinelas de un gato, 

soñaba con una princesa
de ojos azules y uñas largas,
vamos, una princesa de esas
que cantan por las mañanas, 

que pasee por un jardín
donde los soles aparezcan de a cuatro,
aquel donde la flor del jazmín
se vaya cayendo despacio, 

y que cuando el joven chaval aparezca
se sorprenda y salga corriendo
llamando a los novecientos centinelas
que otros cien van al gato siguiendo, 

el gato, se me olvidaba, sentia amor
por una ninfa que en el agua flotaba,
todos los días decía que la amaba
y ochocientos centinelas decían que no, 

la princesa se acercó a los dos cientos
mientras danzaba por la rama de un árbol
y el chaval reptó con setecientos
gritándole, nerviosos, ¡alto!, 

el chaval tituteaba, la princesa caía
con los seis cientos centinelas
al estanque y con la ninfa se unía
mientras el gato lloraba su pena, 

el chaval confundido se dormía
mientras el jardín se lo comía el gato,
sospechando y lloró durante un rato
que a ambas, el gato, se las comía. 

Lo que yo creo es que el chaval no sabía
si los centinelas eran altos o chatos,
y que entre sus dormileras por ratos
los contaba uno a uno y se dormía.

1 comentario:

  1. Deliciosamente encantador. Sabe a hogar, a niñez, a cosas bonitas, a mamá, a papá, al recreo... a inocencia.

    Un beso.

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