Uno de enero de dos mil trece,
aún permanecen luces de bronce,
una neblina se anuncia en la noche
dispersando mis sueños
por vías que me estremecen,
parece el vacío, una vertiente
de aguas mansas que al final se rompen
como gotas envenenadas que descomponen
las hojas de este invierno
lejano y reciente,
yo necesito saber qué se siente
si en los caminos trazados no se obedece
a promesas vertidas sino que vencen
aquellos asuntos no planteados
por ninguna vertiente,
yo necesito saber si fuimos honestos,
si, quienes somos, eramos allí,
si tanto los no como los sí
salieron del alma
y no de etéreos momentos,
las cosas no pasan, siguen aquí
esperando que alguien las rehaga,
quien las laboró o si al entregarlas
las adoptara en sus manos como suyas
de otro que quiso hacerlas así,
el tiempo pasa con mucha crueldad,
no deja carteles que anuncien que pasa,
ni deja huellas, es como una insensata
forma de silencio
lisa, prisionera, plana y mortal,
no veo, no siento tus manos calientes,
no sé dónde posar mis labios abiertos,
no quiero pensar que ya estoy muerto
en este atroz vacío que me ha traído
este uno de enero de dos mil trece.
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