Me mareé por la ciudad que me alberga,
ramblas largas de sombras pardas,
tiendas sin objetos, y sin objeto,
lunas de escaparates acuáticas,
apilados periódicos nunca leídos,
jirones de reflejos en balcones hundidos,
soleados océanos sobre tejados ardientes,
blancas alamedas sudan ambiente,
y sin pensarlo ni un momento
atisbé espejos mirándome al viento,
tú navegabas como sonda invisible,
era firme tu ausencia y tan plausible,
un rumbo que funcionaba como una ventana
que lanza hacia fuera lo de dentro, nada,
sobre agua limpia flotaban las ramas,
las hojas caían y caían con ganas,
como una bandera aves inquietadas
por el paso cansado de la luna surgida,
mi brújula enloquecía, se venían encima
sucesos dormidos, el mundo era un pozo,
debatía mis asuntos, entre ellos, un rezo
bendecía la lumbre acosando la culpa,
una larga noche me rompí en dos trozos,
el que algo buscaba, y el que nada quería,
nunca jamás he andado tanto una calle,
nunca jamás sentí tan pocas prisas,
esperaba las tiendas que abrieran deprisa,
no me percaté que nada vendía, que todo era poco,
que poca fe tuve, cuanta ruina,
cuantos intentos casi todos fallidos,
una vez acerté, estaba como loco,
me di cuenta que nunca fui yo mismo,
por eso siempre pinto donde nunca he vivido,
donde estoy siempre me escapo poco a poco,
las sondas me llegan, sé que son tímidas,
y yo las veo como si no fueran de otros,
las hojas partidas de todos estos versos
se anudarán entre ellas, entre ellas se animan,
mirarán de soslayo quien fue este tramposo
que deseaba desapegarlas con tanta ira.
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