Sentada en la orilla con su alma de poeta,
miraba, casi triste, una Luna azulada,
Luna que a veces parecía mirarla
entre las brumas del mar que se mezclan,
en la arena tibia sueña mi amada,
su mano va jugando con la arena,
hace surcos para sentir con ella
el calor dulce de la madrugada,
rumor de olas del mar jalean,
agudos gritos de gaviotas blancas,
ingrávidas y curiosas, ellas cantan
voces de amores que son leyendas.
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