Hablé con ella hace mucho tiempo,
mucho antes de dejar de hablar con ella,
no era coherente porque siempre me protegió,
me estuvo siempre comprendiendo,
por muy disparatado que fuera mi pensar,
entendió mi forma de ver la libertad,
me duele no haberle dedicado más tiempo,
solo pedía de vez en cuando algunos instantes
de charlas aunque resultaran poco interesante,
lo que contaban eran unos ojos mirando fijos,
unas manos que interpretaran,
unas palabras que sonaran a aguas de cántaras,
fue la diosa de mi ser, amparándome del frío,
de un febrero antiguo como arraigado olivo,
un abrigo negro desmarcaba su agrado,
sobre la loza blanca de una mañana pasada,
en una calle desarraigada en los tiempos,
sería la madre de mi futuro incierto,
yo siempre he pedido una vida para cada ser,
más algún averno dictaría otras reglas,
"te doy solo una vida, haz lo que vayas a hacer",
puedes vivir en cuantos infinitos desees,
pero un cálculo infame te hablará de la inversa
proporcionalidad de los tiempos de empeño,
si mucho miras el mar, por hermoso que sea,
te perderás el viento del norte acometer en la tarde,
si te vuelcas en el viento que dulce te arde,
te perderás el vuelo de las aves sobre la colina,
si corres a la colina para irte ensoñando,
te perderás el mundo sencillo de un bosque pequeño,
quisiera ser el labium que travieso absorbe,
los miles de cristales con que se dotan las moscas,
muscidae aparentes simples y tan geniales,
para haber visto las perspectivas en mil órdenes,
mil madres, infinitesimal igual de lo que era,
la madre que estuvo aquí, quizás solo para traerme.
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