Y nos dijimos adios como quienes cierran
un album de fotos,
que permanecerá cerrado como unos ocho años,
podía haber dicho otra cifra
pero ocho años son suficientemente tristes,
en ocho años te conocí
y en otros tantos te reconoceré
humedecida bajo una lámina de plástico,
humedecida por el vapor de treinta
y dos estaciones,
tantas estaciones solares como de trenes
que nunca tomamos,
nos la prometiamos felices
en el kilométrico que buscaba Paris
para después, arrepentidos,
soltar las maletas, salir,
y buscar algo parecido a Borneo,
no sé que hay en Borneo
pero no sé por qué no hemos estado allí,
o aquí,
ni siquiera sabíamos estar aquí,
no cuadran las fotos,
no manifiestan estas preguntas
sobre los deseos,
no nos podemos embelesar con la Luna
si no hemos ido a Paris o a Borneo
y, sospechosamente, ni siquiera a ella,
yendo a la Luna volveremos a Paris
o al desconocido Borneo
o al lejano aquí,
la Luna es la misma para todos los mapas,
solo nos da dudas
cuando mengüa o crece,
¿cuándo mengüa? ¿cuándo crece?,
estas preguntas son para que pasen 8 años
y no han pasado ni diez segundos,
le queda mucho al album de fotos,
debo grabarle cada año que pase,
no,
debo grabarle cada segundo
que paso ya sin ti,
debo grabarlo como un viaje
que irá a alguien parecida a ti,
a alguien a quien te vas pareciendo,
que va apareciendo en mi cabeza loca
sumergida entre Paris y Borneo,
¿para qué llenamos la maleta
de cosas que nunca íbamos a usar?
como esos mapas de tus espacios
donde borraste la Luna
a la que yo quería ir.
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