Te escribo desde cada segundo que me está matando,
desde el límite incontenible de un mar bravío,
te escribo desde el silencio con rabia incontenida,
desde el mundo en que iba naciendo,
desde el desapego de lo que vivo,
a alguna dirección que nunca me dabas,
a un número de teléfono ausente en el registro,
a un bosque que ningún mapa contenía,
a un pasado que una vez pasara,
con un pueril sentido del instinto,
intentar que me recordaras algunos momentos,
devenir del vacío algún colmado de estrellas,
saberme de verdad que una vez me querías,
que todo lo hermoso y lo lento
fue cierto y no banales quimeras,
que lo anodino era más temor que verdad,
que desde mi te nacieron frutas de estío,
que acogiste hacia ti un secreto de vida,
que el roce de besos nos llevó a soñar,
que te hiciste savia en el cuerpo mío,
te escribo desde cada segundo que me está matando,
desde el saberme cobarde por ya no moverme,
desde la mala hora que paraba mi vida,
desde el olvido que me estaba expulsando
a un mañana de luz en el que me hiciste ausente.
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