A veces te recuerdo como un hilo en la distancia
atado entre las frondas a un árbol deshojado,
y diez mil pájaros que vuelan juntos a mi lado
en un baile partido por la ventisca y la nostalgia,
no es que a veces te recuerdo, sino que siempre te recuerdo
con las manos confundidas, con la mirada aturdida,
con la idea que coagula en la luz anochecida,
y con un tono suicida que te salía desde dentro,
y nunca me he olvidado de tu balanceo improvisado,
de tu cercanía física de frenetismo atemporal,
y de mi triste manera con la que te sentía alejar
y de nuestros cuentos diarios que nos regalamos,
yo no sé si percibiste en algún momento la sequedad
que tú labrabas en mí por no sé que celos o dudas,
o si me delatabas por las heridas puras y duras
que decías yo infringirte con una cierta crueldad,
y casi siempre te recuerdo como alguien en solitario
que noche a noche venía para arreglarme cada día,
que dulce y suave como las brisas de la vida
me aireaba la sangre con esa voz que tanto extraño,
y no puedo seguir cada día intentando comprender
si me quisiste o te quise porque no había más remedio,
o si me quisiste o te quise porque nos fuimos descubriendo
o como la ola intrépida arrepentida que se quiere ya volver.
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