lunes, 16 de marzo de 2015

DÉCADAS (I)

I

Aún no tenía la suficiente dosis de soledad. Vagaba el mundo por un cuadrado de arena y acera, sin árboles. Ella era deficiente mental y enamorada de mí, como un sueño infantil. No había que llamar para ir a comer, mi madre bajaba rauda a por nosotros, cuyo mundo de juego y fantasía era infinito.
 
Por más que soñase con trenes eléctricos o bicicleta no había más juego que carreras de bolas sobre un buró o batallas fingidas en alfileres o Tour de France en fichas de dominó. Horas y horas de complot. La cosa más emocionante eran las gamberradas de Fran cuya culpabilidad recaía en mí, eso me daba morbo más que incomprensión. Parecía ser yo alguien a tener en cuenta.
 
Por lo demás duras letras y cálculos que medio entraban, sin ganas. Y un claro aviso de despistes futuros, de hecho se me pasó por alto que tenía que comunionarme. La paciencia paternal era ejemplar, Dios siempre puede esperar, yo imaginaba. Tantas virtudes que de Él citan no deben mentirse. Me faltan argumentos, o sea, me faltaban, para rebatir eso.
 
No traspasaba el mundo más allá de las huertas. Mi ciudad de huertas, hoy moribunda entre cubos y anti arte. Dónde irían tantos árboles, esas moreras, palmeras e higueras. Solo luz blanquecina queda, como si el mundo fueran los residuos de una inmensa explosión nuclear. Acaeció algo así, los de USA fueron capaz.
 
Por lo demás, no recuerdo nada de música o televisor, una radio marrón, una máquina de coser, un molinillo de café y unos plomillos de hilos en flor. Un patio colegial lleno de bolitas de no sé qué y, en verano, unas montañas de sandía y melón. El cine de verano era como si nos fuéramos al final del océano... y aún desconocía a The Beatles, Bob Dylan y Neil Diamond. Una visita anual en la oficina de papá, para ver los pasos, mientras veloces pasos marcaban interminables pasillos, con grandes ventanas... Había entonces nidos, de golondrinas, imagino. Negras como roble quemado por entre azahares de naranjos. Limoneros y acacias, el trece era mi estancia para ir de un lado a otro lado.
 
Niñez, una vez yo fui niño, y aún recuerdo aquel invierno, que visité a los Magos, y no sé si les pedí... más si el resto les pedí, es que fui muy despistado. Introspectivo, tímido y creativo. De ojos semiclaros y encendidos, de muñeca herido, y de mamá que ya anunciaba un tormento que, por entonces, yo lloraba.

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