Todo un año junto y te miraba,
más no sospechaba que también tú lo hacías,
a pesar de ciertas charlas que teníamos,
de ciertos cafés que sosteníamos,
de las danzas por el claustro,
de los buenos días y hasta mañana,
y de todas las semanas con encanto,
y mucho menos me imaginaba,
que al final del curso, un día,
algún roce tibio nos confesábamos,
alguna insinuación nos lanzábamos,
tentando noches y desgarros,
silencios en crepúsculos y madrugadas
o minuendo de abecedarios,
porque el mirar vencía a la palabra,
porque la piel hacía cálida partía,
porque en los extremos nos miramos,
porque había deseos que ansiábamos,
o porque quizás la bestia a la bella calentaba
e inercialmente se venía hacia los brazos.
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