Cuando sueñas en alguien,
¿de quien es de verdad el sueño?
¿del soñador o de la soñada?
no sé si es importante,
pero es que el sueño
me ha preguntado por el dueño.
Y si sueño que has soñado,
soñándome una noche cualquiera,
y yo a la vez de la misma manera,
¿vienen los dos a preguntarnos
quiénes somos los dueños?
Yo creo que lo preguntan
por hacérselos ellos,
pues con posible acierto
piensan que se olvidarán,
y no quieren tirar
tan dulces anhelos.
Un día pasó un sueño por mi lado,
no era mío, se había perdido,
y me preguntó donde estaba,
mareado e inconsciente,
yo le dije -en mi presente-
y decidió que se quedaba.
En él volaban flores,
sobre bosques y campos,
y estrellas de colores
y todos los astros,
y aves bulliciosas,
y peces saltarines,
y dos bailarines
en alfombra de rosas.
En él cantaba un beso
entre labios enamorados,
y rayitos luminosos
entre miradas encendidas,
y un aura blanquecina,
y un jardín hermoso.
Cielos, ¡que tramposo!
este sueño me ha robado
el derecho de soñarla
una vez más a mi lado.
No soy dueño de tu sueño,
aunque sueño que me adueñas,
y los sueños caen en peñas
de precipicios sin final.
Y aunque toda la vida es sueño
y los sueños sueños sean,
ya no hay modo de que vea
en ellos a mi amor.
Yo sueño que estabas dormida
con los brazos enlazados,
y me vi, por otro lado,
desde una extraña huida,
como no querer apresarlo,
hacerlo mío y besarlo,
pensado que con él iba
mi beso hacia tus labios.
Sueña el pobre, que soy yo,
que tú en él te hiciste vida,
que contigo a mí me anida
la realidad de mi amor,
y sueña iluso, también yo,
que con esto ya bastaba,
y amargamente observaba
que otro dueño te llevó.
Y con esto, pienso y digo,
si soy el dueño de este sueño,
o lo es mi dulce a la que amo,
o lo es otro más avispado
que para siempre se la llevó.
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