martes, 24 de marzo de 2015

TODAS LAS MAÑANAS

Al salir a la mañana de un día de marzo,
aún el frío no ausente por las calles viejas,
no basta, pensaba, abrigo y saco,
ni el calor del café, me faltaba ella,

pero sin tristeza, sabía dónde estaba,
y fui a buscarla sabiendo que me miraría.
Suficiente veinte centímetros de sus labios,
oirla decir -hola, que tal, buenos días-.

Y este diario de hablar con ella a la mañana,
de temas fugaces, de asuntos cotidianos,
arrastran con ellos mi cariño del alma,
y la esperanza que un día me extienda los brazos,

pero ahora en silencio, no oso confesarle,
mi sentimiento, temor, angustia y celo,
me conformo tan solo que me mire un instante,
con sus ojos radiantes, su brillo intenso.

Y porque al despedirme e irme toma mi mano,
y acojo su mano con absoluto silencio,
y el esperado beso... y sueño... quizás en vano,
que es más por amor y no educado respeto.

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