Hablemos claro, pongamos los brazos en la mesa,
tomemos un momento de silencio, nos miramos,
solo en medio hay un folio y un lápiz cerca,
no se trata del juego del pañuelo, ni hay apuesta,
ni de adivinar lo que el otro va ocultando,
ni de hablar de asuntos que no interesan,
se trata de que por el borde de esta escena
hay palabras dañadas del silencio,
que por debajo de la ropa de camilla unas piernas
se mueven nerviosas y sin remedio
por el crujido de las corazas de acero,
y por el sentido de lágrimas manifiestas,
nos miramos, sorprendidos, nos desconocemos,
¿éramos aquellos de las noches aquellas?
éramos caminos en viajes paralelos,
y la cita que en el reloj se muestra
con el ritmo de la aguja, su vagabundeo
hace sospechosa tantas dudas como niebla,
tomé yo primero, la hoja, la noto seca,
el lápiz la apunta, su ojo frío y certero
¿cómo transcribir con él palabras sinceras?
tú lo miras con el silencio prisionero.
A pesar de todo dibujo una blanca escena
que la vas soslayando por no creerlo,
no sé lo que crees, tu mente me es tan ajena
como los puntos negros sobre fondos negros,
borrar sus entornos de inmediato yo quisiera,
me arrebataste el lápiz y pusiste una flecha,
no necesitaba admiraciones previas
pues la hiciste bien clavada, desespero,
me mantengo, la tristeza me va pudiendo,
insinué una mueca de sonrisa y no era ella,
ella solo se entregaba en la nostalgia,
y en los miembros que se quiebran,
tan extraña en la tarde fue la escena
que padecimos sobredosis de arrogancia,
la noche es bella,
para qué estropearla.
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